¿Legitimando a Netanyahu? El peregrinaje del Papa



Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández


El Papa Benedicto XVI desbarató el programa en su primer día en Israel al abandonar en la noche del lunes un encuentro entre las diversas confesiones en Jerusalén, después de que un importante clérigo musulmán le pidiera que condenara la “matanza” de mujeres y niños en la reciente masacre contra Gaza.

El pontífice se marchó, según señaló un portavoz, porque el discurso del Sheij Taysir Tamimi representaba un “rechazo directo” al diálogo y perjudicaba los esfuerzos del Papa para “promover la paz”.

Antes de que llegara a la región, el Papa declaró que venía como “peregrino de la paz”, mientras su equipo trataba de acentuar que su papel iba a ser más espiritual que político.

Sin embargo, en realidad, la visita del Papa Benedicto iba envuelta en política desde el momento en que manifestó su aceptación, a invitación de Shimon Peres, el presidente israelí, a presentarse en esta región asolada por los conflictos.

Los dos papas que le precedieron en sus visitas a Tierra Santa parecían tener mucho más claro ese aspecto.

El primero, Pablo VI, hizo un apresurada visita de doce horas en 1964, antes de que el Vaticano e Israel hubieran establecido relaciones diplomáticas, para celebrar una misa en Nazaret. Durante aquellas horas no pronunció la palabra “Israel” ni se reunió formalmente con ningún funcionario israelí.

El segundo, Juan Pablo II, llegó a Tierra Santa en circunstancias radicalmente distintas: para las celebraciones del milenio, cuando todavía había esperanzas en el proceso de paz. El Vaticano había reconocido a Israel unos años antes y el pontífice trabajó duro para suavizar las viejas quejas judías contra la iglesia católica.

Pero también es recordado por los palestinos por su audaz acción al reunirse con Yaser Arafat, el dirigente palestino, en una visita al campo de refugiados de Deheisheh, cerca de Belén, donde citó las resoluciones de Naciones Unidas contra Israel y describió gráficamente las “condiciones degradantes” en las que los palestinos vivían.

Pasada una década, las condiciones degradantes han empeorado considerablemente y las esperanzas de paz se esfumaron. En las actuales circunstancias, algunos palestinos se preguntan de qué ha servido la visita papal.

“El propio acto de venir aquí es un acto político que actúa en beneficio de Israel”, observó Mazin Qumsiyeh, un importante activista por la paz que enseña en la única universidad católica en Cisjordania, en Belén.

“Esta visita del papa, a diferencia de la de su antecesor, no aporta novedad alguna, además de su decisión de colocarse al lado del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y legitimar un gobierno de extrema derecha”.

Tampoco los funcionarios israelíes están muy convencidos de la afirmación del Papa de que podía evitar que le implicaran en la política local. O, como un asesor gubernamental, declaró al periódico Haaretz: “Nos hemos convertido en parias en muchos lugares por todo el planeta. Promover la visita del Papa a nuestro Estado es una forma de cambiar eso”.

Israel estableció el mayor centro de prensa en la historia del país para esta visita, mientras la policía disolvía los intentos de las organizaciones palestinas en Jerusalén para presentar una foto a los periodistas que pudiera competir con la visita.

Las tentativas en la cuidadosa puesta en escena empezaron desde el momento en que el avión aterrizó en Tel Aviv el pasado lunes. En la recepción, el Papa Benedicto se situó entre el Sr. Netanyahu y el Sr. Peres para escuchar no sólo el himno nacional israelí sino también “Jerusalén, la Dorada”, una canción popularizada por los soldados durante la toma de Jerusalén Este en la guerra de 1967.

De forma similar, el alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, le dio la bienvenida a la “capital de Israel y del pueblo judío”, una descripción de Jerusalén que no está reconocida por el derecho internacional.

Como el Papa no tuvo nada que objetar, los medios israelíes concluyeron felizmente que la ocupación del país de Jerusalén contaba con la bendición papal.

Además, los palestinos, incluidos los 100.000 que tienen lazos con Roma, se han sentido indignados por el encuentro oficial del Papa con los padres del soldado israelí capturado Gilad Shalit, un gesto humanitario lleno de contenido político para ellos por el hecho de que no ha ampliado la misma cortesía a ninguno de los padres de los miles de palestinos en las cárceles israelíes.

Muchos palestinos aprecian que el Papa –con sus desafortunadas, aunque aparentemente involuntarias, conexiones con la Alemania nazi- haya sido especialmente cuidadoso para no ofender las sensibilidades israelíes, aunque su discurso en Yad Vashem no lograra satisfacer las grandes expectativas del país.

Pero algunos también dedujeron que ha hecho demasiado poco para que el mundo pueda conocer su propia y terrible situación.

Bajo presiones de Israel, rehusó visitar Gaza, a pesar de los ruegos de la diminuta y asediada comunidad de católicos que allí existe.

Ayer, para minimizar el bochorno de Israel, los funcionarios vaticanos hicieron cuanto pudieron para mantenerle fuera de la vista del opresivo muro que rodea Belén. Pero finalmente se dirigió a la prensa en el exterior de un colegio de Naciones Unidas situado en un campo de refugiados, a unos cuantos metros del muro.

Y hoy, cuando se dirige a Nazaret para celebrar misa, no se reunirá con Mazin Ghanaim, alcalde de la ciudad galilea de Sajnin, tras tildar Israel al Sr. Ghanaim de “partidario del terror” por criticar su ofensiva contra Gaza.

Al menos en privado, algunos dirigentes cristianos palestinos admiten que hay determinadas presiones sobre el papa, aparte de su propia historia personal, que pueden estar haciendo que tenga mucha cautela a la hora de enfrentarse a Israel.

Más importante es que el Vaticano necesita desesperadamente quedar exento de los impuestos que Israel le cobra por las extensas posesiones territoriales de la Iglesia. Se ha informado que los impuestos sobre las propiedades de la iglesia no pagados alcanzan los 70 millones de dólares.

La Santa Sede quiere también que se mejoren las políticas israelíes que deniegan el visado a muchos funcionarios de la iglesia y bloquean el movimiento de clérigos por los territorios ocupados.

Como Fuad Twal, el patriarca latino de Jerusalén, se lamentó recientemente: “En los bloqueos de carreteras, ni siquiera el atuendo sacerdotal ayuda”.

Y finalmente, el Vaticano ha estado buscando durante más de una década el acuerdo de Israel para volver a controlar los lugares más importantes de peregrinaje, incluido el Monte Tabor y la Basílica de la Anunciación en Nazaret.

Pero Israel no ha podido controlar totalmente los mensajes. En su viaje de un día de ayer a Belén y al campo de refugiados Aida, el Papa reconoció el sufrimiento palestino y la destrucción de Gaza, incluso aunque se refiriera vagamente al “caos que ha afligido durante décadas a esta tierra”.

Lamentó las dificultades que enfrentan los palestinos para poder llegar a los santos lugares en Jerusalén, aunque pareció justificar las restricciones por las “serias preocupaciones israelíes sobre la seguridad”.

Y criticó la construcción del muro alrededor de Belén, mientras atribuía su construcción al punto muerto en las relaciones entre israelíes y palestinos.

Jonathan Cook es escritor y periodista. Vive en Nazaret, Israel. Sus libros más recientes son “Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East” (Pluto Press) y “Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair” (Zed Books). Su página en Internet es: www.jkcook.net.

La primera versión de este artículo apareció en The National (www.thenational.ae), publicado en Abu Dhabi.

Enlace con texto original:

http://www.counterpunch.org/cook05142009.html




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