MEDIACIÓN Y VIOLENCIA FAMILIAR - Tres niveles de reflexión

MEDIACIÓN Y VIOLENCIA FAMILIAR - Tres niveles de reflexión

por Carolina Gianella, Mendoza, Argentina

Definición del tema

Fui convocada para compartir con Uds. algunas ideas acerca de las posibilidades y limitaciones de la mediación como respuesta de ayuda a la problemática de la violencia familiar, ideas que generamos a partir de la experiencia que llevamos adelante con otras dos colegas -Sara Curi y Bettina Raed- en el servicio de Mediación Familiar del Cuerpo de Mediadores del Poder Judicial de Mendoza, del que formé parte durante cinco años, entre 1999 y 2004.

Quiero relatarles brevemente la historia de esta experiencia y hacer una breve descripción del contexto institucional en el que la llevamos a cabo, para identificar las características que la rescatan como una experiencia local, es decir, algo que se construye en un contexto específico, por ciertas personas, en un momento determinado, en cierta comunidad. Desde aquí, que Uds. puedan preguntarse qué de las ideas que surgieron de esta experiencia local puede ser trasladado a otras experiencias con otros localismos, y qué puede ser útil como estimulador de otras ideas diferentes. Michel White plantea que en los “foros de reconocimiento” de cualquier cultura profesional, como es éste, algunos tienen la oportunidad de presentar una pretensión de conocimiento, algo que pretendemos saber, y que el público, comentando esta pretensión, en una nueva narración de lo que alguno dijo, genera a la vez un conocimiento nuevo. Así construimos conocimientos en dinámicas sociales. Esta “pretensión de conocimiento” está ligada a una experiencia, local y particular, la reflexión sobre esta experiencia me permite compartir algunas ideas, y en definitiva, habrá un proceso social entre nosotros, entre sus realidades laborales y la realidad de mi experiencia que, generará, o no, algún nuevo conocimiento.

La experiencia

Trabajamos en un servicio judicial, con sede en los Tribunales de Familia de la Justicia mendocina, que depende en forma directa de la Suprema Corte de Justicia. Este servicio lleva adelante la etapa prejudicial obligatoria de mediación, prevista por nuestra Ley Provincial del Niño y el Adolescente y por Acordadas de la Suprema Corte de Justicia, en los trámites de tenencia, visitas, alimentos y cuestiones derivadas de uniones de hecho. En la práctica, toda persona que ingresa al sistema para solicitar alguno de estos trámites, es recibida en una Mesa de Atención y Derivación, en la que es escuchada, brevemente, acerca de lo que viene a buscar al Poder Judicial. Cuando lo que viene a buscar está referido a alguna de estas temáticas, es derivada al Cuerpo de Mediadores con un turno para una primera reunión de mediación, se le solicitan datos de contacto de la otra parte, y esta persona es notificada a través de un oficio judicial en el domicilio denunciado por quien inició el trámite. Esto implica que, el día del turno, estas dos personas son recibidas por un mediador y en general, no cuentan con mayor información acerca de qué es la mediación ni qué es o qué hace un mediador. Del otro lado, el mediador, al recibir a la gente, cuenta con una ficha en la que se detallan datos mínimos de las personas involucradas, como el nombre, documento de identidad y domicilio, y la ficha viene titulada con alguna de estas denominaciones judiciales: tenencia, visitas o alimentos. Si bien algunos casos llegan por derivación de algún Juzgado de Familia, en la mayoría de los casos la mediación es el primer servicio en el que se abre la historia de una pareja que viene a buscar alguna ayuda al sistema.

Una característica particular de nuestra experiencia fue la especificidad de la temática. Desde la definición institucional, la mayor parte de las situaciones con las que trabajábamos eran parte de una historia de separación o de divorcio de una pareja con hijos. Trabajábamos con algunas otras temáticas, como alimentos entre cónyuges, alimentos o visitas para padres ancianos, algunas cuestiones vinculadas con filiaciones, pero el grueso de la experiencia estaba en el ámbito de la separación de parejas con hijos. Esta restricción temática facilita la distinción de recurrencias o repitencias que presentan los casos. A medida que la práctica y la reflexión acerca de esa práctica van aportando un mayor dominio en el diseño del espacio de la mediación y en la facilitación de las conversaciones que allí se producen, es más fácil percibir algunas pautas o patrones conversacionales que se repiten y que permiten ordenar la casuística en función de algunos criterios. En estas distinciones surgieron lo que empezamos a llamar “los casos de violencia”: en una primera descripción, eran conversaciones en las que habían algunos temas recurrentes y algunas dinámicas repetitivas y en relación a los que la primera pregunta - desde una intención conciente de ingenuidad- fue ¿por qué, cuando se producen estas características, la cosa no marcha como en otros casos? En aquel momento, decidimos iniciar una línea de investigación que nos aportara mayor claridad conceptual y desde allí mapas útiles para generar dispositivos y estrategias que mejoraran dinámicas y resultados. Organizamos nuestra reflexión en base a cuatro tareas: el registro de casos; la indagación y la reflexión compartida; la supervisión con una terapeuta sistémica con experiencia en la temática familiar, ajena al servicio judicial; y la investigación bibliográfica en la búsqueda de mapas teóricos que nos ofrecieran algunas respuestas a las preguntas que surgían de las otras tareas.

A través de esta línea reflexiva generamos una sistematización a lo largo del tiempo, que publicamos en algunos artículos. Esta sistematización incluyó, en un primer momento, una descripción de las pautas o formas de la violencia familiar que podíamos distinguir en las mediaciones, y en un segundo momento, la identificación de los indicadores que utilizábamos para hacer esas distinciones.

Estas sistematizaciones nos sirvieron para dos cosas: para tener mapas, que dibujamos en términos de estas pautas o formas de la violencia familiar, que nos ordenaron lugares de reflexión acerca de la práctica, reflexión que planteamos en términos de cómo funciona la dinámica de la mediación si se trata de una pauta complementaria o de una pauta simétrica, o se trata de violencia episódica, etc., distinciones básicas, un reconocimiento de modos de interacción diferentes que tenían diferentes impactos en la dinámica de la mediación.

La otra cosa fue contar con una sistematización de indicadores, que surgió de ponernos a reflexionar acerca de qué cosas, que pasaban en las conversaciones, nos indicaban que había una pauta de violencia y que era de una forma y no de otra.

En nuestra experiencia, nos encontramos con situaciones diversas en relación a las condiciones primeras de visibilización de la violencia en la pareja. En la mayoría de los casos, una de las partes hablaba espontáneamente acerca de la violencia en sus relaciones y la otra la negaba. En otros, ambas partes hablaban de la violencia. Y también sucedía que ninguna de las partes hablaba de la violencia, y esto podía responder a un ocultamiento intencionado, como también a una ausencia de alarma ligada a lo que era una forma cotidiana de relación. Trabajar desde los conceptos de pauta y de indicadores de distinción suponía operar más allá de lo “anecdótico”, de lo que la gente podía contar acerca de la violencia, para trabajar en un nivel de distinciones que nos permitía percibir repitencias relacionales en la misma conversación de la mediación.

Desde estos mapas fuimos generando estrategias de trabajo. La reflexión continua sobre esas estrategias y las dinámicas que se generaban, nos permitieron ir asumiendo algunas conclusiones abiertas sobre esta cuestión de las posibilidades y las limitaciones de la mediación familiar, en un contexto judicial de las características del nuestro, cuando la pareja con la que trabajábamos traía a la mesa de mediación temáticas vinculadas a la separación en el marco de una relación que incluía la violencia como un modo vincular.

Contexto de reflexión actual: una diferencia de amplitud

En versión muy resumida, ésa fue la experiencia. Hoy traigo algunas ideas desde un contexto personal de reflexión diferente. Hace dos años que no pertenezco más a este servicio y estoy ahora inmersa en un nuevo contexto laboral, siempre vinculado a la gestión del conflicto, pero que no tiene nada que ver con las familias, aunque sí, en algunos casos, con la violencia. Estoy trabajando en la gestión del conflicto en organizaciones, y sentada a escribir este trabajo, me descubrí pensando desde una perspectiva más amplia, más propia de esta nueva actividad, que creo que me permitió separarme de lo técnico y poder considerar otras facetas de la experiencia y llevar la reflexión a considerar procesos no sólo en el corto plazo -la conversación de cada mediación- sino también de mediano y largo plazo, y esto creo que hizo alguna diferencia.

LA PROPUESTA: UN MODELO PARA REFLEXIONAR

Primer eje de reflexión: ¿dónde identificamos la mediabilidad?

La primera cosa que me parece importante es reflexionar acerca de la idea de mediabilidad, esta pregunta acerca de si la violencia familiar es mediable, expresión que es frecuente escuchar entre nosotros y que parte de una idea que creo que es útil revisar. ¿Dónde está la mediabilidad? Creo que una respuesta está en esta idea de la problemática mediable o no mediable, que ubica adentro de la gente o adentro de la pareja o la familia, las condiciones de posibilidad de la mediación. Y como toda idea desde la que generamos una práctica, puede ser más o menos habilitante que otras. Otra respuesta propone la mediabilidad como una emergencia, como algo que surge de la dinámica conversacional entre tres personas, básicamente las dos personas que llamamos partes y esa tercera que llamamos mediador, todo esto en el contexto institucional, comunitario y social en el que el servicio se lleva adelante. Hoy creo que esta idea es más habilitante que la primera y creo que ayuda a comprender mejor las diferencias entre experiencias en relación a esta temática.

Siguiendo a Patricia Aréchaga, Florencia Brandoni y Andrea Finkelstein, que escribieron en su libro Acerca de la clínica de la mediación, un capítulo que me parece muy bueno acerca de esta cuestión de la mediabilidad, para generar hipótesis acerca de un caso no mediable es útil reflexionar acerca de dos tipos de límites: los del dispositivo de la mediación y los que ellas llaman formales. En su sistematización, los límites del dispositivo incluyen los que surgen de las partes, del mediador, del tema y de las pautas de interacción. Los formales surgen del contexto institucional, del contexto legal y de cualquier otro contexto que resulte significativo a la cuestión sobre la que estamos trabajando.

Entonces, en relación a dónde vamos a buscar la mediabilidad, creo que es más útil buscarla en el espacio de posibilidades que diseñamos como espacio de la mediación, en el que se encuentran los actores que utilizan ese espacio y le dan vida, siempre en el marco de cierto contexto. Y para esto es útil contar con algunos modelos que nos sirvan para ordenar y conducir la reflexión acerca de esos espacios y reflexionar acerca de cuánto habilitan una respuesta a la problemática de la violencia familiar, moderando, a la vez, la intención de universalizar conclusiones que se separen de experiencias locales. Desde acá, lo que voy a ofrecer es un modelo para pensar más que para clasificar a la gente y a sus historias.

Segundo eje de la reflexión: tres niveles

Éste es un modelo que nos ha resultado útil no sólo para reflexionar sobre la temática de la violencia familiar, sino que lo construimos y lo seguimos utilizando para pensar en nuestra práctica vinculada a la gestión de los conflictos en cualquier contexto y más allá de las características distintivas de cada caso. Es un modelo que intenta rescatar niveles de experiencia. Cada uno de estos niveles nos aporta lugares o dimensiones diferentes de nuestra experiencia para preguntarnos cosas, que resultan como puntos donde se generan anudamientos o confluencias de las facetas que enumeramos cómo útiles para tener en cuenta en esta tarea de reflexión. Estos niveles están vinculados a lo que creemos, a lo que pensamos y a lo que hacemos, y en el hacer ponemos el emocionar.

Entonces, la propuesta es pasar esta pregunta general acerca de las posibilidades y las limitaciones de la mediación por preguntas más específicas, en tres niveles: qué creemos o cuáles son los supuestos desde los que operamos; qué pensamos o qué teorías utilizamos para pensar en lo posible y lo no posible, y cuánto habilitan y cuánto limitan el espacio de posibilidad que la mediación intenta construir para gestionar las diferencias; y qué cosas hacemos en esas conversaciones, cómo emocionamos en ellas y qué genera lo que hacemos, lo que decimos y nuestro emocionar como emergencias de esas conversaciones.

Utilizamos la palabra nivel en relación a la conciencia, la palabra nivel tiene que ver con “alturas”, “altura que algo alcanza” dice la Real Academia, y nos parece útil como metáfora referida a los niveles de conciencia con los que operamos. Utilizamos la palabra reflexión definiéndola como volver a pensar, es un segundo momento, después del momento de una práctica, en el que volvemos a esa práctica y la repasamos pensando acerca de lo que ahí sucedió.

Al primer nivel lo hemos llamado el nivel de los supuestos, y definimos tentativamente a los supuestos como el conjunto de creencias, de valores y de modos preferidos o de pautas que utilizamos para construir conocimiento acerca de la realidad. Los supuestos, en relación a la conciencia, son los que están más atrás, más abajo o hacia donde los quieran dirigir. En definitiva, son los que operan más alejados de la conciencia. Se tratan de asunciones que todos hacemos acerca de la realidad en la que convivimos con los otros, que los construimos como conclusiones a partir de nuestra historia de experiencias y respecto de los cuales perdemos conciencia de ese proceso de construcción, y quedan como verdades operando adentro nuestro que nos delimitan espacios de lo posible. Qué es una familia, qué es una pareja, cuáles son los roles de los hombres y las mujeres en la familia y en la pareja, qué es la violencia, es parte inevitable de la trama de las relaciones humanas o no, qué actos son significados por mí como violentos, dónde están los límites y qué define los límites, por qué existe y qué se hace con ella, como también cómo defino mi identidad profesional y cuál puede ser mi rol en relación a la violencia que viven otros. En definitiva, creo que las preguntas son infinitas, traigo estas como algunas preguntas que pueden ubicarnos en el nivel de los supuestos.

De los supuestos que puedo encontrar operando en mi trabajo, algunos serán útiles y habilitarán espacios de posibilidad, y otros no, hay supuestos que inhabilitan, que cierran los espacios u obturan los procesos. En tanto creencias básicas y modos de “leer” el mundo, los supuestos alimentan, definen y sostienen en algún sentido, mi propia identidad, yo soy yo a partir de lo que creo, de los valores que sostengo y del modo en que percibo el mundo y desde ahí me vinculo con él. Y esto es importante porque tiene que ver con el nivel de dificultad o facilidad con el que podemos modificar supuestos, porque modificar supuestos implica modificarme yo mismo, ser en alguna medida alguien diferente, y esto implica una inversión importante de nosotros mismos, entonces es útil tener suficientemente identificado y anclado en nosotros mismos el para qué de esa inversión, como para que valga la pena estar modificándonos.

Es posible reconocer algunas líneas de publicaciones acerca de la mediación y la violencia familiar que podríamos ubicarlas con un foco en este nivel. Está bastante difundida una perspectiva feminista acerca de las posibilidades de la mediación en temas de violencia familiar, que en general la consideran un retroceso en relación al reconocimiento social de la violencia familiar como un delito, de la socialización de este fenómeno -rescatado de la intimidad familiar- y de la intervención social a través de procesos penales y tutelares llevados adelante por el sistema judicial. También es posible encontrar gente, generalmente mediadores o actores de los sistemas judiciales, que promueven a la mediación como una nueva herramienta social de gestión del conflicto, y desde una perspectiva generalista, incluyen a la violencia familiar como una problemática más a la que se puede dar respuesta, sin distinciones sobre las particularidades de las dinámicas que se producen en la mediación. Sostienen la propuesta desde una apuesta ideológica a un nuevo paradigma para la gestión de los conflictos, rescatando como valores la colaboración, la participación, la autogestión, etc. No es mi intención desarrollar estas posturas, sino sólo poder distinguirlas como reflexiones que se desplazan en esta dimensión de las creencias acerca de la violencia familiar y su gestión, y que pueden definirse por el sí o por el no sin considerar ninguna experiencia concreta del hacer, se ubican en una dimensión abstracta, separada de algún hacer que pueda cuestionar las creencias, dando cuenta de límites y posibilidades que se articularon en alguna experiencia local específica o en varias de ellas, que, al compararlas, sugieran algunas cuestiones a considerar.

Hay otras posturas que se focalizan en la práctica, analizan esa práctica, pueden hacer lecturas de las dinámicas conversacionales que se producen en las mediaciones y pueden hacer seguimientos de los resultados de la mediación. En este nivel, que está como en el otro extremo del nivel de los supuestos, y que tendría que ver con el nivel técnico -cómo se hace y qué cosas hacemos, partes, mediadores y contexto- puedo identificar tres focos.

Uno está puesto en los resultados. No incluyen una explicitación ni una revisión de los procesos que generan esos resultados, dan cuentas estadísticas de acuerdos y de “cumplimiento” de los acuerdos y desde ahí sostienen el sí o el no. En las épocas de nuestra práctica, solíamos leer este tipo de publicaciones y nos preguntábamos ¿y cómo lo hacen, se encuentran con las mismas dificultades que nosotras en las conversaciones, cómo se visibiliza la violencia en las mediaciones, a qué llaman acuerdo, cómo identifican un acuerdo?

Estas preguntas y otras más tienen que ver con el otro foco que puedo distinguir, sí o no a la mediación desde una descripción y una reflexión acerca de qué pasa adentro de la sala de mediación, qué hace la gente, qué hace el mediador, qué le pasa a cada uno de ellos, qué emergencias se producen, qué repitencias podemos distinguir.

Por último, puedo distinguir una tercera mirada, que la considero también vinculada a la práctica, que se me ocurre como reactiva. Es aquélla que dice algo así como “la Justicia no da respuestas, un pedido de exclusión tiene dos meses de trámite, esta mujer necesita comer o este hombre no puede ver a sus hijos y estas cosas no pueden esperar tanto tiempo, entonces habilito un espacio conversacional para acelerar decisiones, ¿qué voy a hacer, decirles que la mediación no es útil y empujarlos al vacío de la rueda judicial?”. Acá no hay ni revisión de supuestos, ni modelo teórico ni reflexión acerca de la práctica, y me atrevo a decir que es una salida a la propia desesperación, a la propia sensación de impotencia que es frecuente cuando trabajamos con problemáticas tan difíciles como ésta.

Entre estos dos niveles, el de los supuestos o el nivel de lo que creemos, y el nivel de la técnica o nivel de lo que hacemos, en el medio está el nivel de la teoría, o nivel de lo que pensamos. En este nivel ubicamos los modelos teóricos que elegimos para comprender el fenómeno con el que estamos trabajando, que creo que de algún modo articula los otros dos niveles, o no, esto lo vamos a revisar más adelante. Básicamente, teorías acerca de la familia y las dinámicas familiares, teorías acerca de la violencia familiar y teorías acerca de la mediación, y en relación a ésta, definiciones sobre sus objetivos, sobre el “campo” del conflicto en el que puede ser útil, sus relaciones con otras dimensiones como la dimensión de los derechos y de la ley social, etc.

En nuestra experiencia hemos reconocido una especie de flujo sinérgico entre los tres niveles, una coherencia entre supuestos, teorías y técnicas, y también situaciones en las que aparecían, en nosotros mismos, brechas o rupturas entre ellos. Estas rupturas no permiten generar sinergia, y esto se pone de manifiesto en lo que hacemos.

La ruptura o incoherencia más común o más probable se da entre los supuestos y los otros niveles, porque es más fácil y requiere menos entrenamiento trabajar con conciencia acerca de mis teorías y mis modelos técnicos. Generar conciencia sobre el nivel de los supuestos requiere generar habilidades de reflexión específicas. Me refiero a que si trabajo mediando en casos de violencia sin revisar mis supuestos, puedo sostener cierta teoría que cuenta con aval científico y que legitima cierta técnica, y mis propios supuestos generarme disonancias internas que alteran la coherencia entre lo que pienso y lo que hago. Hay un autor que habla de las teorías recitadas y las teorías en uso y esta diferencia me parece una herramienta conceptual bien útil. Por ejemplo, yo puedo decir, desde una apropiación teórica, que a los fines de la mediación, la problemática de la violencia familiar constituye un fenómeno sin lugar a dudas diferente al de una familia en la que no hay una historia de violencia, y por ende, habrán diferencias en la técnica: no resulta hacer lo mismo. Puedo recitar la teoría con claridad conceptual, pero cuando me encuentro con un caso de violencia, lo trato como si no hubiera nada diferente, porque meterme en esa diferencia supone lidiar con mis propias dificultades para habérmelas con la violencia, con definiciones internas acerca de la violencia desde las que me siento abrumado y me desorganizan, entonces no veo la violencia o la veo y la significo como no significativa y trabajo una negociación sobre alimentos como si la pauta relacional de violencia no existiera. Entonces aparece esa brecha entre lo que recito y lo que hago, entre teoría recitada y teoría en uso. Nuestra práctica en la utilización de este modelo para la reflexión nos ha aportado muchos ejemplos en los que, cuando nos detenemos a pensar en un caso difícil, nos preguntamos “qué pasó que mis teorías y mis técnicas apropiadas y bien utilizadas en otros casos, en éste se esfumaron y llené la cosa de errores técnicos y me llené de confusiones o blancos teóricos”, y esa pregunta nos ha conducido frecuentemente –y digo frecuentemente porque no me atrevo a decir siempre- a algún supuesto que se puso en juego en el encuentro con esas personas y con esa historia. “Percibí a esta mujer como víctima, y se activó un supuesto mío que significa a una víctima como un ser impotente, entonces puse en juego mi rol salvador y justiciero, e hice cualquier cosa menos habilitar un espacio propio de una mediación”. Y esto no significa que yo no pueda conceptualizar qué es una mediación en el nivel teórico ni que yo no sea capaz de conducir una mediación técnicamente adecuada en otros casos.

En definitiva, mi propuesta tiene dos pilares: una es reflexionar acerca de esta idea de mediabilidad, qué me pregunto cuando me pregunto si un caso es mediable o no, estoy preguntándome por una emergencia, por algo que co-construimos los mediadores, con las partes, en un espacio de conversaciones diseñado de determinada manera, en un contexto específico y en el entramado de posibilidades y limitaciones que cada uno aporta a la conversación, o me estoy preguntando por algo que, como decía al principio, está adentro de la gente o adentro de la pareja o de la familia. En nuestra experiencia nos ha resultado más habilitante pensarla como emergencia, y desde ahí, pensar en habilitar espacios de posibilidades trabajando sobre las condiciones de posibilidad que pueden aportar las partes, nosotros como mediadores, el diseño de los espacios conversacionales y los contextos dentro de los cuales trabajamos. En este sentido y también a modo de ejemplo, si comparamos los encuadres de trabajo de la mediación penal y la mediación familiar –por lo menos en el que realizamos nuestra experiencia- en relación a la violencia en la pareja, no es difícil advertir diferencias que tienen que ver con el contexto, con la definición de objetivos para la mediación, con el rol del mediador y con la articulación de la mediación con el proceso judicial. No tengo ningún expertise en mediación penal, soy sólo una admiradora de la gente que trabaja para diseñar y construir este espacio y sólo los leo y los escucho. Desde ahí he podido percibir una diferencia entre ese contexto y en el que yo ejercí mi rol de mediadora que me resulta altamente significativa. Es el mismo contexto y el diseño del proceso el que implica un reconocimiento de la violencia y de la violencia significada como delito. Esto no sucedía en el contexto de nuestro servicio de mediación familiar, no había condiciones contextuales que facilitaran el reconocimiento y una de las grandes limitaciones que en nuestra práctica encontramos fue el ocultamiento de la violencia como parte de la dinámica conversacional. Más que el ocultamiento, la denuncia de la violencia que se enfrenta, en la misma mesa de mediación, con una negación de la violencia por la otra parte, en una conversación en la que esto es contexto de los temas que se tratan, que tienen que ver con la tenencia, con los alimentos o las visitas. Entonces muchas conversaciones intentaban sostenerse en arenas movedizas. La mediación penal supone decir “acá hay algo que no se hace, no se hace porque la ley social dice que no está permitido”, un Tercer Lado, en términos de Ury, diciendo “esto no lo permitimos, la comunidad no lo permite”. “Partimos de ahí, y desde aquí podemos conversar y podemos trabajar para encontrar modos en los que Uds. puedan gestionar sus diferencias y tomar algunas decisiones”. Y los mediadores penales cuentan que en sus mesas de mediación hablan acerca de la violencia y su reconocimiento es una condición de posibilidad para la mediación. Entonces, en relación a este ejemplo, surge una pregunta que nos cuestiona: el ocultamiento es un límite para la mediación, o es la problemática acogida en determinado contexto y en determinado encuadre de trabajo lo que sostiene el ocultamiento y lo genera como un límite.

Desde el otro pilar, propongo que una vez que nos hemos puesto de acuerdo acerca de dónde vamos a buscar la mediabilidad del caso, y si la vamos a buscar como una emergencia, nos exploremos a nosotros mismos y exploremos los límites y las posibilidades del contexto institucional, en los tres niveles.

Trabajar en los tres niveles implica preguntarme qué creo yo, mi equipo de trabajo y mi institución acerca de la violencia familiar y acerca de lo que se debe y de lo que se puede hacer con ella, y evaluar estas creencias reconocidas preguntándonos cuán habilitantes son para diseñar y conducir espacios de mediación, cuáles podríamos redefinir o reestructurar -eso que le pedimos a la gente que haga en las mediaciones y que es bueno tener la práctica de hacerlo con uno mismo- cuáles no estamos dispuestos a modificar y qué impactos pueden tener en la mediación.

En un segundo lugar, explorar las teorías acerca del fenómeno de la violencia en la pareja y de la mediación, y preguntarnos acerca de su utilidad para el hacer en mediación. Cuando hablo de teorías me refiero a las que uno puede aprender de otros, teorías reconocidas como científicas, y también a las teorías hechas en casa. Cuando empezamos a formarnos en temas de violencia familiar, ya tenemos teorías asumidas, y es necesario reconocerlas y reciclarlas y las teorías científicas son útiles en esta tarea porque otros las han fundamentado, las han chequeado en algunas utilidades que brindan, y además hay varias, entonces es bueno conocerlas, explorarlas, para elegir las que nos resuenan internamente, las que podemos apropiar y pueden articularse con nuestros supuestos sinérgicamente.

Por último, focalizar el nivel técnico, el cómo se hace, qué hacemos en las conversaciones, las partes y nosotros, qué cosas pasan como repitencias, y qué cosas hace nuestro contexto, en este sentido podemos utilizar una mirada restringida al contexto institucional de nuestro servicio, o podemos avanzar en la reflexión hacia contextos más amplios, como el de las redes institucionales y las redes comunitarias en las que la historia de las partes y la mediación se desarrollan.

Cuando Bettina, una de las colegas que participó de nuestra experiencia, se sumó al pequeño equipo que conformábamos con Sara, estábamos intentando identificar qué condiciones hacían que algunos casos caminaran y llegaran a buenos resultados, cuando a la vez pertenecían a una pauta en la que, en su mayoría, no lográbamos generar buenos procesos. Bettina identificó una pauta en la estrategia de algunas mediaciones, que, a grandes rasgos, implicaba tomar el tema de los alimentos y llevar adelante la mediación en reuniones privadas, “trabajando con cada parte dentro del marco de sus creencias acerca de la organización familiar”. Algunos casos caminaron bien con esta estrategia y las partes llegaron a acuerdos económicos que resultaron sustentables. Esto implicaba, para mí, nada más y nada menos que trabajar con un señor cuyas creencias justificaban actos violentos en la historia previa de interacciones con su ex-pareja, sin tocar esas creencias, sin cuestionarlas. En mi experiencia, conceptualizar esta estrategia y ponerla en práctica para revisarla, impactaba claramente al nivel de mis supuestos: ¿puedo hacer esto?, ¿mis propias creencias me lo permiten?, ¿puedo aceptar al otro si lo defino desde esas creencias? En segundo lugar, implicaba reflexionar al nivel de las teorías: ¿qué impactos podían generar estas conversaciones en la pauta de vinculación de esta ex–pareja que mantenía el proyecto común de la parentalidad?, ¿podíamos insertar este tipo de intervención en una red más amplia de intervenciones que tuvieran como objetivo a largo plazo acompañar a una familia en una reorganización de sus pautas vinculares?, ¿este objetivo de largo plazo era necesario o adecuado? En el nivel técnico, considerar este largo plazo para insertar a la mediación como un paso del proceso, nos implicaba contemplar, además de la técnica de la mediación en sí misma, también las posibilidades concretas de articularnos en una red más amplia de contención y ayuda, con otros que a la vez tenían sus propios supuestos, sus teorías, sus procedimientos y sus propias pertenencias institucionales.

Algunas Ideas para una estrategia de trabajo

Cada uno de los niveles supone reconocer la complejidad de la problemática, y en el nivel técnico, entonces, si hay sinergia, generar dispositivos complejos. Y éste puede ser otro campo gráfico de cosas que suelen pasar en la experiencia. Sostenemos teorías acerca de la complejidad del fenómeno, y generamos dispositivos encerrados en la sala de mediación, que no alcanzan para abordar la complejidad. Podemos definir las posibilidades o limitaciones de la mediación considerándola en forma aislada y autónoma, o podemos definirlas articulando su encuadre, su proceso y al rol del mediador en una red de encuadres, de procesos y de roles. Claro que esta articulación requiere hacer cosas que nos sacan de la sala de mediación y nos ponen a trabajar para generar procesos más extensos en el tiempo y más complejos en la trama de actores y relaciones que diseñamos para brindar respuestas de ayuda.

La complejidad no requiere necesariamente más trabajo, requiere otra forma de pensar, requiere trabajar con otros y requiere otras formas de conversar para diseñar estrategias. Asumiendo la complejidad como característica propia de cualquier posibilidad de que la mediación constituya una respuesta de ayuda a la problemática de la violencia familiar, y tomando los tres niveles descriptos, una estrategia de trabajo que busque generar un espacio de posibilidades necesita definirnos en primer lugar desde roles que nos permitan asumir procesos complejos de cambio y largos plazos. Esto no implica dejar de ser mediadores en un hacer concreto, pero sí pensar desde un rol que permita una mayor amplitud, pensarnos tal vez como expertos en la gestión del conflicto, que puede incluirnos en alguna etapa de este proceso específicamente como mediadores. En segundo lugar, requiere que pensemos en el largo plazo para definir cuál es el objetivo final que buscamos al diseñar ayuda en estos casos, ¿queremos erradicar la violencia familiar?, ¿queremos ayudar a generar recursos individuales y comunitarios que disminuyan su incidencia, que reduzcan los riesgos?, ¿queremos que estas parejas se separen o queremos que encuentren modos más sanos de vivir y convivir, bajo el mismo techo o bajo el mismo proyecto? Definido este largo plazo, entonces, podemos diseñar nuestro servicio y las estrategias o procedimientos macro que nos permitan llevarlo adelante, con las articulaciones con otros servicios y otros procedimientos de otras personas. El diseño técnico del corto plazo implicará definir el objetivo de cada intervención, cuál es el punto en el que termina y qué cosas esperamos que pasen en ese punto, cómo diseñaremos el encuadre de la mediación y su paso a paso. Y por último, y creo que es esencial, necesitaremos pensar en procesos de reflexión continua, sistematizados e institucionalizados.

Como síntesis, creo que las posibilidades de la mediación para aportar vías de gestión de la violencia familiar constituyen emergencias que estarán o no propiciadas desde el modo en el que diseñemos el espacio de la mediación y cómo lo articulemos con otros espacios, no creo que se trate de algo ínsito en la problemática misma o en las personas que la protagonizan. Esto supone evitar, desde la mediación, cualquier abordaje generalista de la violencia familiar y cualquier pretensión técnica que suponga a la mediación como intervención aislada. Decir sí o no a la mediación implica dar una respuesta que sea posible, real, en una experiencia local, y que sea capaz de considerar la trama compleja que implica modificar formas de gestionar las diferencias instaladas no sólo por las personas a las que intentamos ayudar, sino también sostenidas culturalmente.

Para dar respuestas tenemos que estar dispuestos a revisarnos y buscar supuestos, teorías y técnicas que habiliten espacios de ayuda, y esto supone modificarnos a nosotros mismos y emprender responsablemente la riesgosa aventura de pensar y hacer cosas diferentes.

Bibliografía de base

Aréchaga, P., Brandoni, F. y Finkelstein, A.. Acerca de la clínica de mediación. Relato de casos. Buenos Aires, Librería Histórica, 2004.

Argyris, Chrys. Conocimiento para la acción. Una guía para superar los obstáculos del cambio en la organización. Barcelona, Ediciones Granica, 1999.

Battram, Arthur. Navegar por la complejidad. Guía básica sobre la teoría de la complejidad en la empresa y la gestión. Barcelona, Ediciones Granica, 2001.

Cárdenas, Eduardo José. Violencia en la pareja. Intervenciones para la paz desde la paz. Buenos Aires, Ediciones Granica, 1999.

Curi, Sara y Gianella, Carolina. Violencia en la pareja: la distinción de pautas relacionales en el contexto de la mediación. Buenos Aires, Revista la trama, Octubre de 2003: www.revistalatrama.com.ar

Gianella, Carolina y Curi Sara. “Mediación y violencia familiar en el contexto judicial”. Mendoza, Revista La Ley Gran Cuyo, Año 7, Nº 3, junio 2002: Doctrina, pp 305.

Perrone, Reynaldo y Nannini Martine. Violencia y abusos sexuales en la familia. Un abordaje sistémico y comunicacional. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1997.

Ravazzola, Cristina. Historias infames: los maltratos en las relaciones. Buenos Aires, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1.997.

Ury, William. Alcanzar la paz. Buenos Aires, Editorial Paidós, 2000.

White, Michael. El enfoque narrativo en la experiencia de los terapeutas. Barcelona, Editorial Gedisa, 2002.