REFLEXION SOBRE PARTICIPACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA

Asociacionismo juvenil

Nos referiremos brevemente al contexto histórico en que se ha desenvuelto la participación juvenil y algunos datos que pueden indicarnos su importancia y grado de fortaleza, para luego dedicarnos a una muy sucinta descripción del accionar de las organizaciones más importantes del movimiento juvenil en la actualidad. La participación la consideramos en forma amplia, no sólo constreñida al ámbito específico de lo político. Esto nos llevó a definir participación como: toda acción orientada directa o indirectamente a influir sobre las tomas de decisiones en asuntos sociales y políticos. Por ello, hemos considerado como un importante indicador de la participación juvenil, el pertenecer a alguna asociación, sea del tipo que fuere (civil, religiosa, política, etc.).

Las organizaciones juveniles se han basado, históricamente en Argentina, en enfoques casi calcados -y con escasas mediaciones propias- de los correspondientes a sus organizaciones madres de mayores. De hecho, eran muy pocas las organizaciones netamente juveniles que existían hacia principios de la década de los ‘80, ni bien despuntada la renacida democracia. Estas, además, en su mayoría, eran organizaciones "para" los jóvenes, dependientes de alguna otra instancia de los mayores, tales como juventudes de partidos políticos (importantes organizaciones juveniles en los '70), sindicatos o iglesias. La única excepción notoria era el movimiento estudiantil, aunque fuertemente atravesado por la lógica de las agrupaciones estudiantiles dependientes de los partidos políticos. Con todo, es a partir de estas organizaciones que se desarrolla un vigoroso movimiento juvenil (aunque planteando escasas reivindicaciones propias) en los ‘60 y ‘70(51), influenciado por la situación política mundial: la "explosión" de las revueltas juveniles (el Mayo francés y sus derivaciones) y la importancia creciente de los "movimientos de liberación nacional".

Un párrafo aparte merece el accionar de la Iglesia Católica en relación a la juventud. En consonancia con su reiterada preocupación mundial sobre el tema, en Argentina, donde la mayoría de la población pertenece a este credo religioso -como en el resto de Iberoamérica-, siempre ha desarrollado una intensa labor promoviendo la participación de los jóvenes; no sólo en la específica tarea de evangelización, sino que, en muchísimos casos, promoviendo el compromiso social con tareas concretas. De hecho, muchos "cuadros" militantes juveniles de organizaciones políticas y sociales han provenido de los grupos parroquiales de juventud.(52) Esto se vio afianzado luego del giro impreso a la Iglesia latinoamericana por el Concilio de Puebla y la particular influencia que tuvo en Argentina el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, al calor de las orientaciones desarrolladas por la denominada "teología de la liberación". Desde luego que, también desde los sectores más tradicionalistas de la Iglesia, se le prestó especial atención al accionar pastoral con los jóvenes. Debido a las características de este trabajo, no es posible extenderse más en este punto; pero quisiéramos dejar sentado el importante rol cumplido -por convicción o como efecto indirecto- por la Iglesia argentina en la promoción de la participación social y política de los jóvenes.

Llegado este punto, debe hacerse una breve referencia a la importancia como factor desmovilizador del accionar represivo de la dictadura militar del '76-'83, que prácticamente enterró (literalmente, en muchísimos casos) todas las experiencias de participación juvenil. De hecho, según el Informe elaborado por la CONADEP(53), la casi totalidad de los detenidos - desaparecidos eran menores de treinta y cinco años. Asimismo, la constante prédica sobre los jóvenes "sospechosos" de "andar en algo raro", efectuada por la dictadura, contribuye a asociar juventud con peligro (de subversión, de delito, y más recientemente de drogas), lo que tiene su peso a la hora de ser identificado como un "problema" a resolver y del que es necesario ocuparse.

En este nivel, la política de juventud se contrapone con lo que, según la clasificación de Schefold (54), sería el programa, como "política orientada hacia el futuro"; sobre todo a través de la prédica ideológica que se realiza hacia los propios jóvenes y sus familias. Esto se presenta como una fuerte iniciativa propagandística que hace hincapié en el "fortalecimiento de la familia", lo que debía ser entendido como un mayor control de las actividades de los jóvenes por parte de sus padres para prevenir los "efectos disociantes" de las "malas compañías" siempre presentes -desde esta óptica- en los grupos de pares.

La primavera democrática vuelve a producir una avalancha de participación juvenil, principalmente -aunque no sólo- en los partidos. Este reverdecer participativo, cumple un importante papel a la hora de ser incorporadas como problemas y ser visualizadas como cuestión pública las temáticas de los jóvenes; dado que la óptica desde la cual este proceso se realiza introduce elementos de valorización del accionar de los jóvenes. Es en este contexto, hacia fines de la dictadura militar (1983), que se crea el Movimiento de Juventudes Políticas (MOJUPO), integrado por las ramas juveniles de los principales partidos políticos por entonces existentes. Sus acciones tuvieron importante repercusión pública en la lucha por la reconquista y afianzamiento de la democracia, pero esta organización no se planteó trabajos vinculados con reivindicaciones específicas de los jóvenes y se fue diluyendo en la misma medida que el juego de la democracia fue produciendo tensiones y rispideces entre los partidos que lo integraban.

En 1985, con motivo del AIJ, se produce el Primer Encuentro Nacional de ONG’s de Juventud, lo que se convertiría en la primer iniciativa que reunió a la multiplicidad de actores intervinientes en el espacio juvenil no específicamente partidario y que fue el primer paso hacia un encuentro entre las organizaciones que luego constituirían la hoy Mesa de Concertación Juvenil. Hacia fines del primer período constitucional de esta nueva etapa democrática, se produce un importante reflujo de la participación política, lo que se expresa en un alto grado de desmovilización. Numerosos analistas políticos han señalado de modo coincidente que es muy probable que ello sucediera como consecuencia de una creciente falta de credibilidad de los partidos políticos, producto de la crisis económica y de las concesiones y claudicaciones sucesivas del gobierno de entonces (presidencia de Raúl Alfonsín) ante las presiones militares para "cerrar" los juicios por violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. La campaña electoral por las elecciones presidenciales de 1989, en las que resultó triunfador Carlos Menem, logra una cierta agitación política momentánea, que se vería opacada por los saqueos que se producen en ese año, en el medio de un virulento proceso hiperinflacionario. A partir de entonces, ya nada sería igual en lo que a participación social y política se refiere. La sacudida producida por la hiperinflación parecería haber tenido, también, profundo impacto; "marcando" la memoria colectiva como una advertencia sobre lo que puede suceder si la política y la economía se descarrilan de ciertos cauces; y coadyuvando, así, a una importante desmovilización de la sociedad civil.

A lo dicho debe sumarse que esta situación se conjuga con un fenómeno extendido en casi todo el mundo. De ello resulta que de acuerdo con los datos recogidos para el Informe de Juventud pareciera ser que el grado de participación en los niveles que implican cierta toma de decisiones -los que van más allá del hecho de estar asociado- es relativamente bajo. También lo es el nivel de participación en este "umbral". Considerando conjuntamente las opciones "participante", "colabora especialmente" y "dirigente", en ninguna de las asociaciones por las que se preguntó se supera el 7% del total -a excepción de los clubes de deportes, donde la opción "participa" significa algo bien distinto al resto de las posibilidades.

Hemos supuesto que determinados tipos de asociaciones tienen un grado de interés respecto de los problemas públicos mayor que otro tipo de asociaciones. Al tomar en cuenta este criterio, notamos que, al igual que en la mayoría de los países europeos, son ciertos tipos de organizaciones con bajo grado de compromiso con los problemas públicos, las que tienen mayores índices de asociación: se trata de los clubes deportivos. En este tipo de asociaciones participan casi un cuarto del total de jóvenes. Más allá del escaso grado de compromiso que esto supone, es un dato a tener bien presente por su importancia como ámbito socializatorio.

Descontados, entonces, los clubes, se observa que las asociaciones en que más participan los jóvenes son las "clásicas": iglesias (7%), asociaciones barriales de fomento (6%), centros de estudiantes (4%), y partidos políticos (4%); en las que se da un alto grado de compromiso con los problemas públicos. Los únicos ausentes en la lista son los sindicatos, a los que sólo están afiliados el 2% de los jóvenes. Es necesario recordar que estos valores remiten a la totalidad de la población de 14 a 29 años, lo que incluye una elevada proporción de no trabajadores. Por otra parte, los resultados de nuestro estudio nos hablan de una fuerte incidencia del "trabajo negro" entre los jóvenes (cerca del 50%), lo que obviamente resiente la posibilidad de sindicalizarse. Lo que hay que destacar especialmente es que, sin contar los socios de clubes deportivos, pese a la creencia generalizada de que los jóvenes no participan, si se suman todos los que participan en alguna de las asociaciones en cuestión, se observa que casi un cuarto de la población juvenil está asociada a alguna de ellas, con algún grado de incidencia en las mismas. En este panorama, lo que resalta es que la participación parece ser patrimonio de un no tan reducido sector de jóvenes como a veces se supone. Además, sería interesante confrontar estos datos con los índices de participación en organizaciones sociales entre adultos, para corroborar si es que los jóvenes participan más o menos.

Si intentamos discriminar quiénes son los que participan en estas asociaciones nos encontramos con que:

-los varones son miembros de estas asociaciones en mayor medida que las mujeres, aunque no hay grandes diferencias (27% de los primeros, contra 23% de las segundas);

-quienes estudian participan más (29%) que quienes no (20%);

-participan más que el resto quienes tienes tienen nivel universitario completo o incompleto, o nivel terciario incompleto;

-los jóvenes de los sectores sociales más favorecidos (específicamente, del estrato norte de la Ciudad) son miembros de asociaciones en menor medida que el resto (22% contra 26% promedio del resto) y;

-no se verifican grandes diferencias por edad.

51. No debe creerse que con anterioridad no había habido movimientos juveniles, sólo que su importancia y pertinencia para interpretar el presente es menor. Igualmente, tuvo en su momento, un muy alto grado de importancia -y de influencia posterior- el Movimiento Reformista de los estudiantes universitarios que en 1918, lograron consagrar una serie de principios democráticos en los estatutos universitarios.

52. Incluso de las organizaciones político militares de la década de los ‘70, como Montoneros, integrada en su origen por jóvenes provenientes de una formación católica tradicional.

53. CONADEP, 1984. Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, creada en 1983 por el gobierno democrático.

54. Op. cit.

Desde la perspectiva de los estudios institucionales, sin tener en cuenta los programas o proyectos con fines promocionales, fue asimilada a la transformación de actitudes o valores para poder acceder a alternativas de cambio social.

En el mundo de los movimientos sociales y las ONG’s, la participación fue entendida como un valor renovador de la acción colectiva, indispensable para afirmar la autonomía de las organizaciones, construir nuevas identidades, reformular las relaciones con el Estado e incidir positivamente sobre el entorno, a partir de una nueva forma de conocimiento. Mediante un contraste con la experiencia de movimientos como el obrero y el campesino, la participación, entendida en un sentido amplio que incluía las relaciones internas dentro de la sociedad civil, fue presentada como uno de los núcleos de los nuevos movimientos sociales y como el instrumento principal para la construcción del poder popular o para el desarrollo de la democracia política y social.

Incluso analistas que relativizaron las bondades de las prácticas y los mecanismos de participación o quienes hicieron una evaluación negativa de ellos en el caso colombiano, identificaron el concepto con una virtud social. Sin abandonar el campo valorativo, la escasa crítica a este tipo de perspectiva inclinó la balanza hacia el lado contrario, al considerarlo como otra estrategia de dominación en una nueva fase de acumulación capitalista.

Una vez convertida la participación en un valor en sí misma, su análisis entró en un juego de poder ideológico. La distinción entre la verdadera y la falsa participación, en cualquier de sus expresiones, reflejó en forma distorsionada el conflicto que ella misma planteaba: la disputa social por un nuevo campo de legitimación, donde concurrían los modelos de desarrollo, las identidades sociales o las reglas de juego del sistema político. También dificultó la comprensión de la participación como un escenario político en el cual se desplegaban las estrategias de actores políticos con intereses y objetivos diversos, a veces complementarios, otras conflictivos o contradictorios.

**Sólo a comienzos de los años noventa los balances sobre el tema de la participación y la sociedad civil empezaron a cuestionar la predominancia de este enfoque valorativo e hicieron propuestas analíticas que pusieron el énfasis en el significado y los efectos de los mecanismos y las prácticas participativas sobre el conjunto de la sociedad colombiana. Sin embargo, sólo excepcionalmente lograron romper los límites impuestos por los espacios académicos.

Las crisis de los modelos

De acuerdo con las diferentes perspectivas analíticas, la preponderancia del análisis valorativo llevó a centrar la reflexión sobre las causas que colocaron a la participación en el primer plano de las relaciones entre el Estado y la sociedad civil, alrededor del estudio de la crisis (C) de dos modelos culturales y de sus respectivas alternativas (A):

1. Modelo de desarrollo:

(C) El excesivo peso del Estado y de la oferta institucional de políticas públicas en las estrategias de desarrollo. (A) Devolverle el protagonismo a los actores sociales y negociar en forma particular e individualizada las demandas sociales.

(C) El carácter pasivo o de resistencia de los sectores populares frente a la modernización. (A) Transformarlos en agentes de la modernización, mediante prácticas políticas concretas de integración social que permitan la internalización de sus valores.

(C) La ineficiencia del Estado centralizado en la promoción del desarrollo, debido a la corrupción y a las distorsiones que introduce en la lógica de mercado. (A) Ampliar el campo de acción del mercado y de los mecanismos de eficiencia introducidos por la competencia que él implica.

(C) La rigidez de las políticas sociales que son definidas por una burocracia central. (A) Su flexibilización, mediante el desarrollo de mecanismos sociales y políticos que permitan acercar a las burocracias nacionales, regionales y locales a las necesidades y lo intereses de los destinatarios de sus políticas.

(C) La atrofia de lo local y lo global, en virtud de la hipertrofia de lo nacional. (A) Potenciar el desarrollo local y la integración global para responder a las transformaciones tecnológicas y financieras introducidas por los polos de eficiencia mundiales.

Modelo de democracia:

(C) Procedimientos: la democracia representativa se articula a partir de rituales reiterativos y aislados, que por su discontinuidad no permiten la apropiación de la vida colectiva por parte de los electores. (A) La democracia participativa implica mecanismos aleatorios, que por su mayor nivel de frecuencia y de continuidad contribuyen a la socialización de lo público.

(C) Contenido: la democracia representativa gira alrededor de prácticas de delegación que distancian a la sociedad civil del Estado. (A) La democracia participativa garantiza la intervención directa de los asociados en la planeación, adopción y ejecución de decisiones públicas; por consiguiente, rompe el aislamiento del Estado con respecto a la sociedad civil.

(C) Sujetos: la democracia representativa privilegia a los partidos y los movimientos políticos y en consecuencia, restringe lo publico a lo institucional. (A) La democracia participativa facilita la emergencia de nuevos actores sociales y en tal medida amplía el espacio de lo público y de la vida colectiva.

La confrontación entre estos modelos culturales conduce por una vía o la otra a sobrecargar valorativamente a la participación. Adquiere así un contenido simbólico que la transforma en el sustituto de los aspectos negativos de los modelos que son criticados. Además de la connotación positiva ya anotada, se le otorgan unos alcances sociales desmesurados y no se reconocen sus límites como mecanismo político.

Esta sobrevaloración conlleva una segunda consecuencia que oscurece aún más el análisis de la participación, pues la convierte en un concepto ambiguo en el que se agrupa un conjunto heterogéneo de instituciones surgidas como respuesta a las deficiencias de los modelos criticados, por ejemplo: nuevos tipos de representación social o política como las que se dan en las JAL o en los comités sectoriales, mecanismos de integración corporativa o gremial como los relacionados con las comisiones tripartitas, procesos de judicialización de los conflictos sociales comprendidos en acciones como la tutela y diversas formas de intervención directa de los asociados en los asuntos públicos.

La ambigüedad y la sobrevaloración le otorgan a la participación un significado que no es socialmente unívoco. En tal sentido, se reviste de una funcionalidad que en los análisis aparece al menos como dual: inscrita en estrategias de dominación o de resistencia y emancipación.

Una ruptura sin pasado

En concordancia con los anteriores puntos, el análisis del contexto concreto y de las causas que llevan a la explosión de la participación se configura en la mayor parte de los estudios colombianos sobre el tema como una ruptura que parece borrar el pasado de las experiencias participativas y dar comienzo a una nueva época determinada por un marco institucional, comprendido en la legislación, y por las múltiples posibilidades que este ofrece.

El claro fetichismo jurídico predominante en los estudios sobre la participación en Colombia lleva a sustituir o minimizar las relaciones concretas de poder en las que ella se desarrolla y a poner el énfasis, positivo o negativo, en la descripción y análisis literal de las normas y de los instrumentos jurídicos contenidas en ellas.

Las consecuencias de esta orientación son manifiestas:

· El análisis de la participación está dominado por una óptica coyuntural que no permite ver los ciclos históricos que ella ha tenido en la historia del país.

· Las experiencias participativas anteriores a la década del ochenta sólo merecen referencias tangenciales, como en el caso de las JAC, o son relegadas al olvido, como en el caso de los movimientos obrero y campesino.

· La participación parece reducida a sus expresiones institucionales, mientras que las no-institucionales se vuelven prácticamente invisibles.

· Las formas de participación que no tienden a fortalecer a la democracia o que refuerzan los ordenes de la violencia en Colombia, como las campañas cívico-militares, el paramilitarismo o la insurgencia armada sólo son resaltadas en muy pocos textos.

· Las estrategias globales de inclusión-exclusión social en las que están implícitas las normas que regulan la participación merecen pocos análisis.

Impacto y evaluaciones

En líneas generales la mayor parte de las evaluaciones reconocen el impacto de la participación en los siguientes niveles:

· La transformación del régimen político, pero no necesariamente del sistema en el que está inscrito.

· La transformación de la cultura política colombiana.

· La transformación de la acción colectiva popular.

· La transformación de las relaciones entre el Estado y la sociedad civil.

No obstante, los balances no siempre son positivos. En los trabajos académicos del último lustro se insiste en la creación de una especie de realidad aparente a partir del tema de la participación y la sociedad civil, que encubre la continuidad de los problemas recurrentes de la política colombiana: las mediaciones clientelistas de los políticos profesionales, la corrupción, la neutralización pacífica o violenta de los movimientos alternativos, la deslegitimación permanente de las instituciones, el alto costo social de la acción política por fuera de los mecanismos tradicionales o el carácter excluyente y restringido de la democracia colombiana.

Las evaluaciones dependen de la perspectiva del análisis:

· La valoración positiva de la participación y su sobrecarga simbólica conduce a balances en términos de desencanto o de refugio en un idealismo político que reclama las búsqueda de la verdadera participación sin tomar en consideración el escenario concreto que ella representa.

· Los enfoques que ponen el énfasis en la pluralidad de significados de la participación realizan un balance que propugna por relativizar el peso valorativo que se le ha asignado.

· Quienes consideran que se trata de un escenario social en donde se expresan contemporáneamente las dinámicas de integración y conflicto en la sociedad colombiana abogan por la urgencia de combinar los análisis del impacto general de la participación con el balance de las experiencias concretas.

Después de más de una década de estudios sobre la participación, ésta deja de tener protagonismo por las potencialidades reales o supuestas que encierra y empieza a tenerlo por los procesos sociales que genera.